Él es una zorra │Yoonmin│

Trece

Hola a todxssss. Les traemos con mucho cariño y dedicación este largo capítulo, esperamos que lo disfruten y, por favor, comenten mucho mucho, cualquier cosa que se les venga a la mente, eso nos motiva a seguir escribiendo para ustedes >.< Ya saben que leemos tooodo lo que comentan jajaja.

Muchas gracias por la espera, ojalá valga la pena <3

Park Jimin era débil y nunca podría cambiarlo. A pesar de la vida que había llevado, no fue capaz de endurecerse, así que solo pudo intentar fingirlo. Pero, recordando la mirada llena de desdén que le había dirigido su mejor amigo, su único amigo, probablemente la única persona que lidiaba con él aún teniendo que cargarlo a cuestas, Jimin se preguntaba si valía la pena seguir intentando... Sólo seguir. Ya todas las personas a su alrededor se habían ido porque es incapaz de mantenerlas a su lado; solo se tenía a él y tener que enfrentarse a sí mismo en soledad era un infierno porque quien le devolvía la mirada en el espejo era la persona que más le desagradaba en el mundo, porque podía hacer el intento de ocultarlo del resto pero él no podía huir de sí mismo. Sabía exactamente el tipo de monstruo repugnante que era porque incluso su reflejo le mostraba cómo eran cada una de sus deformidades de su cuerpo y alma.

Park Jimin era débil a la comida, al amor, a la vida. Especialmente, a la vida. Le había dicho a Namjoon que comenzaría a caminar hasta el instituto porque le haría bien caminar; lo cierto era que quería darse una oportunidad. El puente Banpo mide más de un kilómetro, no lo caminaría cada mañana si no le fuera tan satisfactorio imaginar lo que sería si uno de todos esos días, simplemente se lanzara. Esa idea había estado rondando en su cabeza durante mucho tiempo, hace tantos años que resultaba alarmante pensar qué tan joven comenzó a planteárselo, pero él era un cínico y le gustaba detenerse a desear. A veces lo deseaba tanto que lo único que lo detenía era no darle la satisfacción a esa hija de puta que era su madre de verlo muerto.

Esa mañana, sin embargo, se detuvo en el medio, pensando en Taehyung. Él que era amable y cálido, la única muestra de que no todas las personas eran tan crueles y retorcidas como las que Jimin había conocido mientras crecía. Incluso siendo tan paciente y con tanto amor para dar, Jimin se las había ingeniado para gastar por completo todo el amor que Taehyung, tan desinteresadamente, le ofrecía. Se había rendido ya, dándose cuenta que Jimin no valía la pena el esfuerzo porque no quedaba nada más que amar en él. Finalmente se había desecho del patético parásito que era Jimin, succionando todo a su alrededor, porque lo cierto es que el omega era incapaz de ser amado. Y eso le dolía, le dolía no poder recibir el amor que tanto anheló siempre, ni siquiera de la gente que supuestamente debía amarlo. Si su madre no pudo jamás quererlo, ¿quién mierda lo haría? Si no podían amarlo ni siquiera por lástima o compasión como Taehyung, ¿entonces por qué podría alguien amarlo jamás? El posible dolor que sentiría al lanzarse tantos metros al agua helada que le rompería los huesos como si fuera concreto no se comparaba al que sentía al seguir habitando su piel.

Park Jimin no murió ese día porque era débil y aún guardaba una esperanza infantil a que alguien podría amarlo de la forma que él quería. Y ahora solo le quedaba conformarse con lo que tenía, en interminables días de colegio, rutinas autodestructivas y bajas en calorías, pavoneándose en los pasillos como si no le preocupara nada. Lanzando guiños y comentarios astutos, fingiendo que todo eso podría llenar el vacío de su pecho, pero al final él era solo un cascarón; sinceramente, mientras más días pasaban más difícil era pretender que obtener ese tipo de atención era suficiente y no se sentía con la fuerza ni con el ingenio de seguir con el acto. Esos últimos días, la única cosa que se sentía real era Min Yoongi; su presencia sutil en la que que, muy a su pesar y sin querer, Jimin comenzaba a buscar consuelo.