Ocho (parte 2)

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(Por favor, no se olviden de leer la primera parte del capítulo ocho, que está antes de este. Ahora sí, disfruten :3)

Seokjin se dio la vuelta y caminó de nuevo hasta su cocina, dispuesto a iniciar de nuevo la rutina de limpieza que hacía cada día y noche a las ocho en punto, una vez más si era fin de semana; cocina, recibidor, comedor, habitación de invitados, habitación de Jungkook, habitación principal, estudio; aspiradora, desinfectante, limpiador, aromatizador multilimpiador; siempre comenzando del lado derecho de la habitación, priorizando suelos, después superficies y al final los ornamentos. Siempre debía seguir ese orden específico para poder avanzar y sino, debía comenzar desde cero. Después proseguiría a su rutina de noche antes de poder ir a la cama; revisar que la puerta principal estuviera cerrada, después la de servicio, asegurarse de que la estufa estuviera apagada así como la chimenea del recibidor —aún cuando no había estado prendida en más de tres años—, después ir a cada ventana de las 18 que había en la casa, siempre de derecha a izquierda, y cerciorarse de bajar por completo las cortinas, poniendo especial atención en las paralelas para que se miraran a la misma altura; repetía el proceso cuatro veces, ni poco, ni mucho. El número cuatro era un número bonito, sobrio y suficiente, y de ninguna manera era non.

Sin embargo, si seguía tan desconcentrado tardaría al menos unas tres horas antes de poder ir a su habitación y hacer su rutina de higiene personal, cerrar los roperos y las puertas, dejar la bandeja del correo en cero, apagar todos los aparatos electrónicos cerca, sanitizarse completo para no dejar algún residuo sucio o infeccioso en sus sábanas para después colocarse del lado derecho de la cama y finalmente dormir, aun tan cansado física y mentalmente como se sentía. Lo cierto es que sus pensamientos iban una y otra vez a la incógnita que significaba Kim Namjoon. Él era un hombre contradictorio. A simple vista, el tipo parecía un personaje salido de una novela inglesa de los sesentas: soso, remilgado y torpe, de esos que usan el fin de semana para andar en bicicleta por los andenes más cursis de la ciudad o en autocines que solo pasan películas alemanas difíciles de entender. Vestidos siempre con trajes elegantes y finos, aunque exceptuando que nunca hacía una buena elección con la corbata y no había día que él no terminara arrugándolos o manchándolo. De sonrisas diplomáticas y la voz aterciopelada como la de un locutor, pero hablando la mayor parte del tiempo entre divagaciones, como si su cerebro corriera más rápido de lo que podía retener y los pensamientos se le desbordaran.

Y aún con todo eso, Seokjin admitía muy a su pesar que había cierto encanto en él y mientras más tiempo pasaba con este, más le agradaba el tipo. Seokjin no iba a mentir, él se daba cuenta que Namjoon solía idealizarlo como si jamás hubiera visto un omega más perfecto y maravilloso; nada más lejos de la realidad. Pero fue aún más inquietante cuando comenzó a aparecerse en todas partes después de prácticamente ordenarle que fueran amigos, mirándolo como si fuera un rompecabezas difícil que gritaba por ser completado. Lo encontraba en el restaurante, en el supermercado, incluso hasta se aparecía en su casa y se tomaba muy en serio eso de la nueva amistad que impuso por cuenta propia. Sin embargo, Seokjin no era capaz de decirle directamente que se alejara porque se mostraba tan atento y entusiasmado por tenerlo cerca. Nunca nadie se sintió así sobre él. Habían sido años desde que alguien se acercó a él sin segundas intenciones y era por eso que si bien aún se encontraba dubitativo alrededor de Namjoon, también le esperanzaba un poco el tener a alguien que parecía creer que su mera presencia era satisfactoria.

Ciertamente él no era ni el omega más perfecto, ni necesitaba ser descifrado, pero no tenía el valor para hacérselo saber. Al fin y al cabo, terminaría averiguándolo por sí mismo.

Pero incluso cuando no le parecía completamente molesta la presencia del otro en su vida, Namjoon era un golpe enorme a la monotonía que le impedía perder el control de sí mismo. Y con cada día más al lado del alfa, más difícil se volvía resistirse a los impulsos de su omega y no distraerse entre sus rutinas y sus interminables listas de tareas. Estos últimos días, tuvo que iniciar de nuevo al menos cuatro veces antes de terminarlas.

Él es una zorra │Yoonmin│Where stories live. Discover now